No fueron muchos los ejemplares de la Editorial Juventud de Barcelona que a finales de los treinta llegaron, con las primeras traducciones al español de la obra de Zweig, pero ese primer encuentro fue más que suficiente para crear una verdadera legión de fieles seguidores en nuestro pais. Un par de años más tarde, ya era posible observar en las flamante vitrinas de la Librería Letrán casi todos sus títulos, ahora procedían de la Editorial Juventud en Buenos Aire. Entre ellos se exhibía una solitaria edición mexicana de María Antonieta, probablemente el primer libro de Zweig impreso en nuestro país.
A partir de esa edición hemos disfrutado la abundante obra del escritor austriaco en numerosos sellos editoriales mexicanos. Recuerdo con especial agrado los ejemplares de la editorial Diana que en su inconfundible presentación en 8°, pasta dura color rojo, fueron los que nos permitieron a incontables lectores conocer su obra.
Hoy que se cumple el 130 aniversario del nacimiento del escritor, quiero celebrar la ocasión recordando el enorme cariño que sentía por los libros y que plasma de manera envidiable en su agradecimiento a los libros:
"Aquí están, resignados y callados. No instan, no llaman, no piden. En su estante están, y esperan, silenciosos. Una somnolencia parece envolverlos, y, sin embargo, de cada uno de ellos mira un nombre como un ojo abierto. Al acariciarlos con la vista, con las manos no nos llaman suplicando, no se dan importancia. Están esperando que nos entreguemos a ellos; solamente entonces se ofrecen. Primero, tranquilidad alrededor de nosotros, tranquilidad en nosotros, luego estamos dispuestos para ellos: una noche al regreso del camino fatigoso; un mediodía, cansados de los hombres; una mañana nublada que se abre entre sueños visionarios. Deseamos platicar con alguien y sin embargo estar solos. Deseamos soñar, pero con música. Con el gusto epicúreo anticipado de la dulce prueba, nos acercamos a la biblioteca: cien ojos, cien nombres clavan la vista en nuestra mirada escudriñadora, silenciosos y pacientes, como las esclavas de un serrallo en su dueño, esperando con devoción la llamada, y felices de ser elegidos, de ser gozados . Y de hallar luego, como cuando el dedo pasa tanteando sobre las teclas del piano, el sonido exacto de la melodía interior: flexible se sujeta a la mano este ser blanco, taciturno, este violín silencioso del que emanan todas las voces de Dios. Lo abrimos, leemos un renglón, un verso: pero no suena en consonancia con la hora. Desilusionados, casi sin delicadeza, lo devolvemos a su sitio. Hasta que encontramos el presentido, el propio, el justo en el mundo. Y de repente sentimos como un abrazo, el aliento se une a otro aliento, como si tuviéramos al lado el cuerpo cálido, desnudo de una mujer. Y al acercar a la lámpara este libro finalmente escogido, se abrasa como por un fuego interno. La magia ha obrado; fantasmagorías suben desde las suaves nubes del sueño. Calles y avenidas se abren de par en par, y extrañas lejanías recogen el sentimiento que se va extinguiendo.
Un reloj hace oír su tic-tac, no se sabe dónde. Pero no alcanza hasta este tiempo ya escapado a sí mismo. Aquí las horas se miden con otro compás. Tenemos aquí los libros que transcurrieron muchos siglos antes de que sus palabras nacieran en nuestros labios: tenemos aquí, libros jóvenes, nacidos solamente ayer, engendrados solamente ayer por la perturbación y el capricho de un niño imberbe: pero hablan una lengua mágica; tanto el uno como el otro elevan, meciendo y ondeando, nuestro aliento. Y emocionando, consuelan simultáneamente; seduciendo, apaciguan los sentidos abiertos. Y paulatinamente nos sumergimos, nosotros mismos, en ellos siendo absorbidos por el reposo y la contemplación , por el sereno vuelo de sus melodías , por un mundo más allá de nuestro mundo
¡Qué horas más puras pasamos alejados del tumulto terrenal! ¡Libros, compañeros fieles, silenciosos: como agradecer su perpetua compañía, el eterno aliento e infinito estímulo de su presencia! En los lúgubres días de la soledad del alma; en hospitales y campamentos de guerra, en prisiones y lechos de dolor; en otras partes, siempre despiertos, han procurado sueños al hombre y un poco de consuelo y serenidad en la inquietud y el martirio. Siempre , clementes imanes de Dios, han conseguido elevar el alma, cuando se hallaba sepultada en la banalidad , hasta su propio elemento; siempre, en nuestra noche, nos han abierto en lejanía el cielo abierto.
Pequeñísimos trozos de lo infinito, están instalados silenciosamente en el interior de nuestro hogar. Pero cuando los libera la mano, cuando vibra su corazón, entonces rompen invisiblemente sus cárceles triviales, y su palabra nos eleva, como en un vehículo fogoso, desde la nada a la eternidad."
Zweig Stefan. La pasión creadora. México. CNCA Cien del mundo. 1994.
Traducción de Alfredo Cahn.